Espiritualidad con los pies en la tierra: sentido, sustento y soberanía en tiempos de crisis

Vivimos tiempos en los que las grandes preguntas que antes estaban bien guardadas en los estantes del alma han comenzado a derramarse por todos los rincones de la vida cotidiana. Ya no se trata solo de crecer, de mejorar, de alcanzar objetivos. Se trata de algo más esencial, más crudo, más urgente: ¿qué sostiene mi vida cuando todo alrededor parece tambalearse?

DISCERNIMIENTO

Marcos Comesaña

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El trabajo ya no da seguridad.
La salud parece depender de factores que se nos escapan.
El conocimiento, a veces, se convierte en un laberinto de voces contradictorias.
Y la espiritualidad… ha quedado flotando, desconectada, como si no tuviera permiso para tocar la tierra.

La fractura entre lo espiritual y lo concreto

Nos han repetido que el dinero no es importante. Que lo material es accesorio. Que lo esencial es invisible. Y sí, en parte es cierto…
Pero ¿cómo encontrar sentido si no podemos sostener lo básico?
¿Cómo abrir el corazón cuando nos rodea la incertidumbre?
¿Cómo hablar de abundancia si vivir dignamente se ha vuelto un acto de resistencia?

Hay una espiritualidad que calma, que acompaña, que sana.
Y hay otra, más peligrosa, que anestesia. Que te invita a soltar todo… justo cuando más necesitas agarrarte a lo esencial.
A eso que llamo “las piedras grandes”: tus vínculos, tu sustento, tu libertad de ser, tu hogar interno y externo.

Una nueva espiritualidad, anclada y encarnada

No quiero seguir hablando de crecimiento interior como si flotara en una nube.
Quiero hablar de una espiritualidad que abraza lo cotidiano, lo concreto, lo real.
Que entienda que el dinero no es sucio ni limpio, sino una energía que canaliza intenciones.
Que no niegue el cuerpo, ni la acción, ni la necesidad legítima de estructura y soberanía personal.

Hoy más que nunca necesitamos unir lo que se ha separado:

  • Lo espiritual y lo material.

  • Lo invisible y lo visible.

  • El propósito y la acción.

  • El alma y la tierra.

Porque la verdadera transformación no empieza en el aire. Empieza en el suelo que pisamos.